viernes, 24 de febrero de 2012

Abordar las necesidades sociales



Las necesidades sociales son muchas, en ocasiones se cuentan demasiadas, y muy variopintas. Por ese mismo motivo, pretender escoger entre una de ellas a la ligera no sería sino un error, hay que encontrar algún modo de selección. Seguramente muchos tratarían de observar aquella que le es más inmediata, la que empeora su vida a costa de su felicidad, pero también es cierto que eso empuja a obviar otras que, a largo o corto plazo, podrían afectarle del mismo modo.

Por eso mismo uno puede llegar a preguntarse ¿Qué es necesario cambiar en la sociedad para que esta avance y mantenga y transmita todo aquello que nuestras intervenciones hacen por nuestra comunidad? La respuesta aparecía ya en el primer ensayo: La educación es el pilar de la sociedad.

Como primer paso, debemos definir la educación o, por lo menos, lo que a lo largo de este ensayo se entenderá en relación con la palabra. Normalmente, y según la propia tradición de este país, se ha entendido la educación como la reclusión de los jóvenes y su sometimiento a estrictas cadenas de mando que no hacen sino introducir a mazazo limpio conocimientos sobre todos los temas que se puedan, provocando lo que actualmente se conoce como infoxicación, y consiguiendo que la impresión que el alumno saca del sistema y los centros de enseñanza no sea muy diferente al del sistema penitenciario.

Lejos ya de una, entiéndase sutilmente satírica, descripción básica, lo que se entiende aquí por educación no es sino un mundo aparte que realmente no está tan lejos como lo observamos: Se trata de educar no en conocimientos, sino en aptitudes. Se trata de dotar a las próximas generaciones de una inteligencia emocional, una estabilidad, saber estar, valores comunes y capacidad de gestión tanto individual como colectiva. En definitiva, educar no es sino crear seres humanos que exploten al máximo su sociedad sabiendo ver lo bueno que pueden sacar de ella.

Si nos preguntamos en este punto por qué esta intervención es tan importante, para aquellos que no sepan la respuesta de antemano, se hace evidente que su relevancia reside en dos niveles: Tanto el presente como el futuro.

El presente es incierto y dañino, eso muchos lo piensan. Las quejas que se escuchan a diario en cualquier medio de comunicación, aunque no sea de masas, muestra un mundo horrible ante nuestros ojos que percibimos pero no entendemos. Todos, sino solo bastantes, de los problemas sociales de hoy en día están movidos por la avaricia, el odio a aquello diferente, el atractivo del poder, el caballero Don dinero, la despreocupación generalizada, las ataduras laborales y un fuerte individualismo. Todas estas facciones del ser humano son un cáncer social que, si de verdad queremos alcanzar una sociedad justa e igual, el definitivo estado del bienestar, han de ser erradicadas.

Es aquí donde la educación coge su fuerza. Muchos piensan ya que la generación nacida a partir de los 80´ son malos, los de los 90´ peores y los del futuro mejor no definirlos. Una decadencia considerable y peligrosa que ha situado a gente que presuntamente se libraría de estos estigmas en situaciones de poder en las que resultan evidentes sus cojeras. Para entender este punto basta con mirar a los políticos, el 1% más rico de la población o aquellos alabados socialmente de dudosa capacidad.

Pero si aceptamos esta decadencia como cierta, eliminar hoy superficialmente el problema causaría, inevitablemente, su empeoramiento en el futuro. Por eso mismo se debe intervenir primero en la educación, para que esos hombres emocionalmente sanos de los que se hablaba tengan una posición real de cambiar el mundo.

La pregunta obligada en este punto sería el cómo se puede llevar a cabo semejante acción. No se negará que es una difícil tarea, pero se puede abordar y, sin duda, es algo necesario. Se podrían diferenciar varios bloques de acción: La preparación para la enseñanza, la reforma de las escuelas, el cambio del sistema educativo y la valoración positiva de aquello constructivo.

La preparación para la enseñanza no es para los futuros hombres sino para los actuales que se preparan para enseñarles. Es necesario eliminar la cientificidad estricta que se ha apoderado de las enseñanzas de magisterio y que empuja a entender a las personas como meros robots químicos, que pueden ser manipulados, reconstruidos e imitados. Actualmente se enseña con más ahínco la estructura química del cerebro que la propia persona y eso es, a todos los aspectos, un error. El primer campo de acción sería concienciar a los estudiantes de magisterio de que no están tratando con maléficas máquinas en miniatura, sino con personas con un gran potencial que debe ser explotado correctamente. Concienciar al maestro de que el alumno puede superarle junto a sus compañeros.

La reforma de las escuelas es otro aspecto importante. Si se observan los patios de recreo de un colegio y los de una prisión se observan aterradoras semejanzas. La reforma del espacio escolar para convertirlo en algo que sus usuarios asocien con la alegría de aprender, de estar con gentes de edad semejante y disfrutar de su compañía. Convertir la escuela en el lugar al que uno quiere ir para sentirse socialmente vivo.

El siguiente punto, el cambio del sistema educativo, se asemeja con el siguiente. Las reformas que se han hecho actualmente son, en cierto modo erróneas, pero sobretodo fallidas en lo referente a la estructura. El plan Bolonia que se ha implantado en las universidades tenía buenas intenciones, pero sus fallos residen en dos partes: Primero, la reforma no debería empezarse por arriba, sino desde abajo, con las escuelas primarias; Segundo, a los que entran en ese programa nunca se les ha enseñado a estudiar, a trabajar en equipo y a realizar una práctica real de lo aprendido, simplemente se les ha hecho tragar información. Por eso mismo la reforma del sistema iría orientada a los años de primaria, enseñando a esos niños la forma de estudiar, a relacionarse con sus compañeros, a actuar en lugar de mirar y, en definitiva, a pensar.

La valoración positiva de aquello constructivo no es sino aquellos aspectos, valores, aptitudes o cualquier sinónimo en los que debería basarse el sistema. Una meritocracia que fomente la participación, el interés y la cooperación en lugar de la asimilación de conocimientos.

Si estos cambios se llevasen a cabo, gradualmente y ascendiendo en la estructura educativa progresivamente, no radicalmente, el resultado sería aquel hombre emocionalmente sano del que hemos hablado y que, una vez tiene las bases, crecerá intelectualmente como miembro del grupo y se verá a sí mismo con la capacidad para cambiar las cosas y eliminar, siempre dentro de los niveles realistas y posibles, el resto de necesidades sociales que nos agobian hoy en día.

Se hace imperativo en este punto resaltar algo importante. Es lógicamente cierto que este cambio solo muestra mejorías en términos futuros y transmite la sensación de que se lega en las siguientes generaciones el buscar la solución mientras las que ya estamos aquí nos miramos el ombligo. Esto es falso, pues este sistema nunca podría funcionar, ni siquiera implantarse, si no nos esforzamos en cambiar la mentalidad actual y abordar todas estas temáticas para educar no en los problemas sino en las soluciones. Esta diferenciación en niveles ya se ha abordado antes y es algo muy importante, es necesario organizar el presente, intervenir en él pero teniendo siempre en cuenta, como un horizonte utópico, el futuro de una sociedad mejor.

lunes, 13 de febrero de 2012

La mayor necesidad social


"Educad a los niños y no será
necesario castigar a los hombres"
Pitágoras

Los tiempos que corren son duros y la palabra necesidad está en la boca de todos. Los que más y los que menos buscan un modo de subsanar el gran daño social que es evidente a los ojos de cualquiera que se limite a mirar el mundo en que se vive.

Hay quien diría que es necesario una acción rápida que mejore nuestra situación, mientras que otros dirían que ya es tarde para rectificar. Dejando a un lado diferencias apocalípticas, ambos sujetos coincidirían, quizá sin saberlo, en el punto que se expone en este ensayo.

Si bien es cierto que ya hay cosas insalvables, no está todo perdido y, desde luego, aún hay posibilidades para el futuro, esas generaciones que acaban de llegar o están de camino y merecen la oportunidad de vivir tranquilas.

Habrá gente muy reacia que, viendo cómo marchan las juventudes de hoy en día, dominadas por el ausentismo escolar, la tecnología facilitadora y aislante, el inicio temprano en la edad adulta y esa mirada característica advirtiendo de que está perdonando vidas, se negarán a pensar que en ellos exista una alternativa real de futuro sostenible.

Pero la realidad es otra. La cantidad de jóvenes-adultos que, después de años de precariedad, ha decidido estudiar para labrarse un futuro más prometedor e independizado es cada vez más alta y esto, lejos de indagar en los motivos, deja bien clara una cosa: se puede cambiar esa visión dañada del mundo y su existencia que tienen los jóvenes, pero hay que darse prisa.

Los llamados miembros de la Generación X no pueden sino esperar a sentar la cabeza o ser felices con lo que la vida les da, pero aquellos que empiezan a adentrarse en la vida social, que empiezan el colegio y su gestación como personas son todavía salvables. He aquí la necesidad social que es quizá más importante hoy en día: Enseñar a nuestros hijos a vivir conscientes de lo que les rodea, con una visión de conjunto, sabiendo que heredarán el mundo que quieran construir y alejados de una tecnología asfixiante que nos aleja de lo humano.

Para ello, serán necesarias ciertas intervenciones en educación primaria, en vida comunal, en espacios públicos verdes y naturalizados y, en definitiva, todo lo que sea necesario para crear, partiendo de esos inocentes niños, hombres sanos que dejen atrás de una vez por todas todos esos valores individualistas y competidores que tanto han marcado a toda nuestra sociedad.